Sobre el trabajo humano, por Rolando Lazarte

En estas relexiones, el conocido sociólogo, filósofo, poeta, escritor, pintor y terapeuta comunitario (para citar apenas algunas de las actividades a que se dedica) colaborador asiduo de Consciência, comparte con los/as lectores/as del diario su perplejidad frente a la variadísima gama de tareas en que las personas se ocupan.

Me maravilla la variada gama de quehaceres a que se dedica la gente. Uno hizo el teclado desde donde escribo. Otro, la pantalla donde leo las palabras. Otro más, arregló el techo que goteaba. Un cuarto, los cables por donde va la energía eléctrica.

Uno, inventó el teléfono. Otro, la televisión. Un tercero, la Internet. Otro, los autos que pasan por la calle y que nos llevan de aquí para allá. Ya sé que la Internet fue fruto de numerosos trabajos combinados, como cualquiera de los otros trabajos, inventos o tareas. Todo trabajo, como todo lo que existe, las personas, las plantas, las cosas, son combinaciones de muchos trabajos, frecuentemente anónimos.

Mientras unos se dedican a orar o a cuidar enfermos, otros asaltan, roban, matan. Unos hacen de la oración su meta y su modo de vida, la comunión con Dios y el servicio a su prójimo, del que no se distinguen, mientras otros ocupan su tiempo o parte de él en charlas vanas, juegos, deporte, ver televisión o desfiles de escolas de samba.

Todos son trabajos o tareas humanas, quehaceres, oficios o actividades. En todos, la persona se realiza o saca algún provecho, por las buenas o por las malas. Unos aman y otros odian, unos hacen la guerra y otros la paz, curan heridos, sanan, amparan, protegen. Uno escribe libros para liberar, y otro para lucrar. Uno para ir a la verdad, y otro para difamar, para mentir, para calumniar.

Me maravilla la enorme dispersión de tareas en que ocupa su tiempo el hombre, la persona humana, hombre o mujer. La gente, en una palabra.

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